The Romanach no se visita, se atraviesa. En plena calle Orellana, este nuevo espacio madrileño se presenta como un club privado con escaparate, un refugio donde la estética no es adorno sino detonante. Bajo la dirección de Almudena Basabe, The Romanach abre sus puertas con una declaración de intenciones: incomodar desde la belleza, generar pensamiento desde la forma. Hablamos con su fundadora sobre fricción estética, arte como experiencia y por qué, en tiempos de scroll, lo verdaderamente radical es detenerse a mirar.
- ¿Cómo describirías The Romanach?
The Romanach no es una galería al uso. Es un espacio de pensamiento estético camuflado de club privado con escaparate. Un lugar donde el arte no se contempla, se discute; donde la belleza no adorna, incomoda. Nos interesa más la estética que el arte. Nos importa más provocar una fricción que complacer una mirada.
- ¿Qué diferencia a The Romanach de otras galerías tradicionales?
No representamos artistas, representamos ideas. No buscamos lo nuevo por lo nuevo, sino lo disruptivo desde la belleza. The Romanach no se monta sobre la lógica del mercado, sino sobre el deseo de rescatar la experiencia estética como algo transformador. Pensamos que lo transgresor ahora es lo bello.
- ¿Qué te inspiró a crear The Romanach y cómo lograste definir su propuesta única dentro del panorama artístico de Madrid?
La chispa nació del contraste: entre pasado y futuro, entre lo clásico y lo contemporáneo, entre lo técnico y lo sensorial.
Después de años viviendo en ciudades como Roma o Londres, entendí que la tradición puede ser vanguardista si se la deja evolucionar. Los romanos lo sabían: integraban ingeniería, estética, y poder simbólico en una misma forma. Esa idea —de lo hoy es lo clásico -que un dia fue una innovación radical— me fascinó.
La propuesta se construyó como una arquitectura invisible: por capas, como un perfume —con notas de fondo, corazón y salida. Cada decisión —desde el color del suelo hasta la manera en que entra la luz— responde a una lógica estética. Se cruzan referencias, materiales y atmósferas, con la precisión de una composición. Nada está ahí por azar. Es un lugar que no busca imponerse, sino resonar.
Todo está diseñado para producir un efecto. Pero lo verdaderamente mágico es, como en los perfumes, que en cada persona resuena de forma distinta. La salida que deja es siempre personal, única e intransferible.
Algunos verán sólo lo visual, y otros verán también lo que les ha hecho sentir, lo que les ha transmitido y lo que les anima a repensar o evolucionar.
Eso para mí es lo que se vive en ciudades como Londres o Roma, es el pensamiento crítico que luego se plasma en la calle, en el arte… y que ayuda a evolucionar.
- En un sector tan competitivo como el del arte, ¿cuáles son los desafíos que enfrenta una galería como The Romanach y cómo los has afrontado?
El mayor desafío es no parecerse a los demás, encontrar tu hueco, y definir tu Statement sin necesidad de gritarlo. Resistir la tentación de lo obvio, de lo rentable, de lo que “funciona”. Preferimos ir hablando desde el silencio, no desde el ruido que ya sabemos que es muy facil pero que puede resultar en algo pasajero.
Nosotros respondemos con calma, coherencia y carácter. Apostamos por el contenido que deja poso, por la belleza que no se deja capturar en una imagen, y es la que perdura.
Afrontamos los desafíos como se enfrenta uno a una obra difícil: con tiempo, mirada entrenada y sin miedo al vacío.
- ¿Cómo defines el concepto de “fricción estética” que caracteriza a The Romanach, y por qué consideras que este enfoque es necesario en el arte contemporáneo?
Fricción estética es cuando algo te atrae pero no terminas de entender. Cuando una obra parece bella, pero hay algo que la vuelve extraña. Ese roce es el que activa la conciencia. Es ahí cuando empiezas a pensarlo.
En un mundo donde todo busca ser agradable, la fricción estética es una forma de resistencia. No es arte para decorar, sino para interrumpir. Para que el espectador salga distinto de como entró.
- El espacio no es solo una galería, sino un “club privado con escaparate”. ¿Qué significa este enfoque y cómo se refleja en la experiencia del visitante?
Es una forma de generar intimidad sin excluir. Desde fuera se ve, pero no se entiende del todo. Hay algo de misterio, de ritual.
El visitante entra en un lugar donde cada detalle tiene intención. El suelo rojo no está ahí por moda, sino para marcar el umbral. La experiencia se cuida como si fuera una escena: luz, olor, sonido, gesto.
The Romanach es un club, sí, pero sin carnet. Solo hace falta sensibilidad. Y estar abierto a dejarse transformar y salir diferente.
- ¿Qué piensas sobre la relación entre la tecnología y el arte en el contexto actual? ¿Crees que la digitalización está transformando la forma en que se percibe y se consume el arte?
La tecnología ya no es un tema, es un entorno. No se trata de usarla como efecto especial, sino de entender cómo transforma nuestra percepción.
En The Romanach nos interesan los artistas que dominan lo digital sin rendirse a él. Que imprimen en 3D como si modelaran a mano. Que usan escaneos como quien usa memoria.
Lo digital puede ser profundamente táctil si se trabaja desde lo estético, usándolo como medio y aprovechando su mensaje, el lenguaje que crea. No como fin en sí mismo, no desde el espectáculo.
Los artistas han de ser testigos de su tiempo, y la tecnología está ahí para usarla. Si Leonardo hubiera tenido una máquina 3D.. Tu crees que no la habría usado? Probablemente hasta la hubiera inventado él… o si no inventado, mejorado seguro que sí.
- ¿Cómo seleccionas a los artistas y proyectos que exponen en The Romanach? ¿Qué criterios sigues para garantizar que las exposiciones sigan la línea conceptual de la galería?
La selección no es un casting, es un diálogo. Nos fijamos más en la mirada que en el currículum. En la coherencia interna del trabajo, en su capacidad de generar preguntas, en cómo unen conceptos con lenguajes.
Buscamos proyectos que conecten con nuestra sensibilidad: lo bello que incomoda, lo clásico que se rehace, lo digital que respira.
Y algo fundamental: el artista debe entender el espacio, y dejarse afectar por él. En The Romanach, cada exposición es una pequeña dramaturgia.
- ¿En qué medida The Romanach busca provocar una reflexión crítica sobre el arte y la estética en la sociedad contemporánea?
No queremos aleccionar, pero sí desordenar. La crítica no viene en forma de discurso, sino de gesto. De elección estética. El simple hecho de apostar por lo bello en tiempos de ironía ya es una toma de posición.
En The Romanach, la estética no es una etiqueta, es una forma de conocimiento. Y todo conocimiento verdadero implica un pequeño temblor.
Desde la estética, Comprender una obra es participar en su revelación, no descifrar un código.
- ¿Qué papel juega la estética en la cultura contemporánea y cómo crees que los espacios como The Romanach contribuyen a ese debate?
Hoy todo es estética, pero casi nada es estético. Se nos da la imagen, pero no la experiencia.
The Romanach busca devolver a la estética su densidad: no como ornamento, sino como herramienta sensible para leer el mundo.
Contribuimos creando un espacio donde mirar no es consumir, sino comprometerse. Donde lo visual vuelve a tener peso, pausa, potencia.
En tiempos de scroll, ofrecemos una escena.